Wanda
Me llamo Casimira Kotur, soy una mujer mayor y recordando sobre mi familia, a través de vivencias y relatos de mis padres, puedo narrar mi propia historia. Comenzaré refiriéndome a mi padre José Kotur quien naciera un 23 de enero de 1912 en un poblado de Polonia llamado Kielce, era el hijo menor de una familia de campesinos, su papá Stanislaw Kotur y su mamá María Conyela. Durante la primer Gran Guerra su casa fue destruida por un bombardeo, todos huyeron a refugiarse a un bosque cercano, el hermano mayor de mi padre, Juan ya estaba casado y vivían todos en la misma casa, su esposa encontró entre los escombros lo único que se salvó de la destrucción, un crucifijo de madera, que con el tiempo se convertiría en una reliquia familiar. Lamentablemente me contó mi papá que durante el invierno, dos de sus hermanas, entre ellas su hermana melliza, fallecieron de pulmonía y poco tiempo después su padre. La guerra los había dejado en la más extrema pobreza, sin vivienda y sin alimentos hasta debieron cocinar las suelas de las botas, esto que parece de narraciones cómicas vistas en películas mudas realmente fueron una triste realidad.
Corría la primavera de 1935 y los rumores de otra guerra, asustaba a aquellos que habían sufrido tanto en la anterior, por ese motivo mi padre, su hermano Juan y su esposa María Borek, junto a sus hijos Juan, Eduardo y Julia y un sobrino de ambos Wuadek que había quedado huérfano, emprendieron una larga travesía que los traería a la tan nombrada América. La decisión la tomaron luego de escuchar las propagandas realizadas por la Colonizadora del Norte en Polonia, que relataban sobre un territorio paradisíaco donde reinaba la tranquilidad y la prosperidad.
Al llegar al destino tan esperado mi padre como estaba soltero se quedó trabajando en el puerto de Wanda, mientras que Juan y su familia se instalaron en un chacra ubicada en las cercanías del actual Club Social de Wanda, en donde todo estaba por hacerse y al igual que muchos otros colonos debieron construirse su vivienda, que al principio fue muy precaria, pero con el transcurrir de los años se convirtió en una hermosa casa de madera al estilo polaco con techo alto cubierto con gontek y frescas galerías que rodeaban las habitaciones.
Ahora me referiré a la familia de mi madre, los Pastuczak llegaron de Polonia al Puerto de Wanda en el año 1938, seguramente fue el mismo José, mi padre, quien los recibiera y ayudara a bajar del barco, ya que el Puerto de Wanda no era más que unas pocas tablas que unían al barco, el Guayra, con la costa. Mi madre recuerda la preocupación en el rostro de mi abuela al ver como nubes de mosquitos se posaban en los cuerpitos de sus hijos mientras acarreaban por la cuesta empinada de la orilla del río Paraná, los pesados bultos con ropas y baúles atados a las espaldas de mi abuelo, ya que en el lugar no había ningún tipo de aparejo o cosa que se le pareciera.
Mi abuelo Pastuczak se llamaba Woitek y mi abuela Mariana Pauczak, arribaron a la Argentina con sus hijos Tadeo, Julia, mi madre Stanislawa con 14 años y nacida el 30 de enero 1924, Genoveva y José. Dos de sus hijos quedaron en Polonia en la zona de Lublin, tío Miecek y Yanka, aún tengo primas y primos en Polonia.
Mis abuelos con su familia se radicaron en Colonia Gobernador Lanusse en una chacra de paraje El Susto, según relatos de mi mamá, el lugar estaba cubierto de monte, limpiaron un poco, hicieron un rancho de piso, abajo cocina y arriba una pieza techada con hojas de pindó y palos. La cocina se componía de unos tizones y latas para cocinar más de una vez mi mamá me contaba que los hombres de familia lloraban como criaturas, no tenían dinero para regresar a Polonia y la situación a enfrentar por ellos y sus familias era realmente de una gran incertidumbre. La selva era tupida con tacuapi, ortigas y otras malezas, alimañas de toda clase, mosquitos, mbariguí. Para protegerse se encimaban un montón de ropas pero los mosquitos le sacaban heridas igual. Los hijos colaboraban con los padres, aserraban madera, hacían tablas, tirantes, así construían sus casas. Todo a mano y con herramientas rudimentarias. El alimento era escaso de carne y los primeros cultivos, solo para la subsistencia. El café que tomaban sin azúcar hacían con granos de soja tostados y molidos a mano. Los abuelos a veces pensaban en voz alta y decían en polaco que escaparon de una guerra y se metieron en otra.
Con el tiempo mi tía Julia se casó con Wenceslao Konert, se radicaron en la zona B de Lanusse, una anécdota que recuerdo de mi niñez es que el tío cazó un ave negra y creyendo que era un pato lo cocino, la desilusión sobrevino con el olor tan desagradable que comenzó a sentir, por lo que se dio cuenta de su error, era un cuervo lo que había hecho sopa, mucho tiempo después continuaba lamentándose que hasta lo olla debió desechar.
Al cumplir los 17 años mi mamá fue a trabajar como empleada doméstica para la Administración de la colonia en Wanda, allí conoció a José Kotur con quien se casara el 23 de septiembre de 1941. En aquellos tiempos el registro civil se hallaba en Puerto Esperanza a unos 30 kilómetros y los sacerdotes que llegaban a visitar a los fieles lo hacían cada 2 o 3 meses, por lo que la ceremonia fue una simple bendición en las cercanías de la Administración, en medio de la naturaleza que rodeaba a los esponsales y al sacerdote, únicos presentes en la ceremonia.
Mis padres se radicaron en una casita precaria de madera en las cercanías del Puerto de Wanda, y el 23 de junio de 1942 vine al mundo con la ayuda de la Sra. Duyinski. Al poco tiempo mis padres y yo contrajimos paludismo o fiebre amarilla, una enfermedad transmitida por los mosquitos, mamá estaba embarazada nuevamente, pero el parto se le adelanto, mi hermanita Cristina solo vivió unas pocas horas. Mis padres decidieron alejarse de las orillas del Paraná para radicarse en Colonia Lanusse. Por un tiempo quedé con mis abuelos y mi tía Genoveva me cuidaba y mimaba haciéndome muñecos de trapo y comprándome chocolates en el almacén de la familia Walantus.
La chacra tenía 31 hectáreas lindaba con el arroyo Alegre y con el aserradero del Sr. Venialgo en el que se veían los rollos de madera estirados con el alzaprima, también se cortaban tablas y tirantes. Mientras se construía la casa vivimos en una vivienda prestada al lado del almacén de la colonizadora, allí nació mi hermano Luis el día 17 de abril de 1945, al año siguiente en el día de San José, 19 de marzo, nos mudamos, al principio la casita de madera tenía dos piezas, una de ellas era la habitación común para todos, en ella había una cama de hierro y un catre con colchones de chala. Mis padres solo tenían dos gallinas, una ponía un huevo todos los días, la otra no, por lo que decidieron que ese sería el banquete para festejar el gran acontecimiento.
A mi madre le gustaba cantar en polaco mientras trabajaba en la chacra removiendo y quemando las malezas, cultivando o cuidando de sus hijos. La vida espiritual también era muy importante para mi familia, todas las tardecitas mis papás nos hacían arrodillar en el piso y con ellos de cada lado, rezábamos el Rosario. Mi padre se dedicaba, en ese tiempo a realizar las mensuras para la Colonizadora del Norte, por lo que durante semanas se internaba en la selva para colocar los mojones. Usaba habitualmente camisas de manga larga y pantalones, sobre los que se colocaba unas polainas, llevaba una olla negra, harina y grasa para hacer reviro, mientras que los dos o tres peones que lo acompañaban llevaban charque, una carne que resecaban al sol.
El 30 de julio de 1946, nació mi hermana Cristina, recuerdo que yo me encargaba de cuidar a mis hermanitos para que no le piquen los mosquitos. Mis padres, por ese entonces, plantaban tabaco del tipo Kentucky, este cultivo era anual y representaba una entrada económica importante que le ayudaba a vivir durante el año, esto les permitió comprar algunos animales. Papá construyó una cocina aparte de la casa, muchas veces se llenaba de humo porque la chimenea de la cocina a leña no tenía buen tiraje, también confeccionó unos armarios y banquitos de madera aserradas a mano.
Más tarde comencé a ir a la escuela 307, pero como no sabía hablar castellano, el maestro Ciri se enojó con mis padres, aunque ellos tampoco sabían el castellano, mi papá se defendía un poco. Para las fechas Patrias toda la gente de la colonia iba a la escuela a festejar el día de la Revolución de Mayo o la Independencia Argentina, luego del acto se hacía asado a la estaca y por la noche el “baile”.
Los vecinos se ayudaban entre sí y la construcción de la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús no fue de manera distinta. El Sr. Sawicki y mi papá estuvieron allí entre otros polacos que labraron y cortaron las maderas que extraían de los montes para realizar una muy pintoresca edificación. En esa iglesia, que actualmente la cuidan descendientes de polacos, tomé la primera comunión.
Para esa época mi tía Julia con su esposo, fueron a vivir a Buenos Aires y mis abuelos le compraron la chacra a donde se mudaron, mientras que mi tío José se quedó en paraje Susto con la casa y el galpón para el tabaco y un poco de animales.
Más tarde se casó mi tía Genoveva con Antonio Kisiel, él trabajaba en ese entonces en el almacén de Juan Walantus, al casarse instaló un almacén de ramos generales en diagonal con la cruz del camino que va a la Picada Alegre y Susto, allí comenzaron, vivían en el depósito, la mesa era solo un cajón, allí nació también su hijo Carlos. Más adelante se mudaron a una casita frente a la Iglesia del Sagrado Corazón de Jesús, en donde Genoveva supo cultivar un hermoso jardín.
En ese tiempo mi mamá tuvo mellizos, varón y nena, le pusieron de nombre Juan y Juana, mi mamá era feliz con los dos niños a pesar del trabajo que le daban. Cuando llegaron a cumplir el año se enfermó Juana y al día siguiente Juan, tuvieron vómito y diarrea. Juancito estaba muy desmejorado, por lo que mi madre mandó a llamar a su hermano Tadeo que tenía un carrito, partieron por la tarde hacia Puerto Libertad a unos 55 kilómetros de caminos y picadas de tierra. El único médico de la zona se encontraba allí, pero nunca llegaron a verlo, pues a la altura del arroyo Tirica, Juancito dejó este mundo. Yo era una niña de ocho años, pero me acuerdo muy bien del dolor de mis padres. La Fe nos ayudó a sobreponernos, una vez al mes teníamos misa, mientras que todos los domingos a la tarde se reunían en la iglesia para orar y cantar a Dios, le decían “zdanie bez księdza”.
Entre otros recuerdos de mi infancia un día mi mamá me mandó a buscar naranjas a lo de mi abuela, al llegar cerca de la planchada del aserradero S.A.M.O.Y. llegó un Ford, uno de los primeros automóviles de la zona, yo al ver el auto creí que era un bicho que me miraba con ojos grandes, me detuve a cierta distancia y me movía de un lado al otro con intención de continuar mi camino, pero esos ojos me seguían mirando, me paralicé del miedo, regresé a mi casa y me senté detrás la cocina, en tanto mi mamá iba a traer agua del arroyito y me vio, acercándose me preguntó qué hacía allí, al contarle de mi terrorífica experiencia solo se rió. En otra ocasión me mandó a paraje Susto a la casa de la familia Petrukiewicz en busca de ciruelas, luego de pasar por el arroyo y ya de regreso, vi de lejos una víbora negra y blanca, tan larga que abarcaba toda la calle de lado a lado, me quedé parada, quietecita mirando hasta que se entró al monte, luego seguí mi camino. Otra experiencia que me causaba mucho temor, era la de atravesar un monte de unos dos mil metros, para llevar leche a una señora muy mayor que vivía sola y aunque una vez me asusté por un venado y otra por un tigre que se comió un perro, continuaba ayudando a mi madre con los mandados.
En las fiestas de año nuevo mis padres solían ir por la noche a festejar con sus amigos, por ser la mayor, me quedaba con mis hermanitos, en una ocasión un animal entró al gallinero y por el tremendo ruido supuse se comió una gallina, por supuesto que no me animé a salir, solo intenté mirar por la ventana pero no pude ver nada por la oscuridad, como la casa aun no estaba terminada las ventanas solo se cubrían con lonas de almácigo.
Cuando tuve doce años me enfermé y mis padres me llevaron a Puerto Esperanza, allí el doctor Marinich me atendió, pero mi condición fue empeorando cada vez más, por lo que mis padres decidieron llevarme a Posadas. Me salían heridas en todo el cuerpo, estuve internada en el hospital de niños durante tres meses. Me sentía bien en el allí, las enfermeras y las monjitas me apreciaban, también asistía a la misa de las seis de la mañana que se oficiaba en el hospital. Cuando mi papá fue a buscarme, miramos al cielo, en ese momento le pedí a la Virgen no regresar más al hospital. El viaje de regreso a Lanusse duraba varios días, íbamos en el camión de mi tío Juan, el camino era de tierra y como había llovido debimos resguardarnos en un hospedaje, allí cenamos chorizo con huevo frito, por lo que al día siguiente amanecí enferma, otra vez estaba toda brotada, continuamos viaje y al llegar a la casa de mi tío, su esposa me atendió muy bien, puso a hervir agua junto con unas plantas medicinales y me sumergió en ellas. Creo que me sentí un poco aliviada, pero al arribar a Lanusse mi madre me miraba y lloraba pensando que yo no me recuperaría. Durante los siguientes tres meses estuve en cama, mamá cambiaba dos veces al día las sábanas, ya que de las heridas brotaba sangre y agua. Me tuvieron que rapar la cabeza, por lo que recuerdo a veces usaba una pañoleta verde, papá solía llevarme en brazos, la debilidad que tenía muchas veces no me permitía dar paso alguno. Los magros recursos económicos pronto se agotaron, aunque los vecinos y amigos colaboraban en lo que podían. En una ocasión José Jelen me llevó a Wanda, me quedé en la casa de la familia Albert, recuerdo me llevaban al médico de Esperanza. Pero al no ver mejorías, mis padres decidieron seguir el consejo de Rosita Firka, una amiga de la familia. Así, vendieron la última vaca, una lechera por la que mi madre sintió mucho perderla, emprendimos un viaje hasta Apóstoles, al sur de la provincia, a ver a al Sr. Bieski que con sus rezos frente a la imagen de la Virgen e imposición de manos, aconsejó a mis padres que me alimenten solo con caldo y carne magra, también les dio unas vitaminas y unas gotitas para el hígado, así durante dos años seguí la dieta y me curé.
Cuando todo parecía mejorar otra desgracia ocurrió, una mañana mi mamá se levantó con Juana y Josefa, mi hermanita nacida el 15 de marzo de 1953, tenía dos añitos, mamá se arrimó a la cocina a leña para encender el fuego, acarreó una damajuana que ella creía contenía solo kerosene, pero en aquellos tiempos éste se vendía mezclado con agricol, un combustible altamente volátil, cuando arrojó el líquido para mojar las maderitas no se dio cuenta que debajo había carbón encendido, por lo que explotó como una bomba la damajuana derramándose el contenido encendido por Josefa, también por Juana y mi mamá que se quemó las piernas, manos y rostro, cuando José mi padre logró apagar el fuego del cuerpito de Josefa hasta el vestidito que la cubría se había desintegrado. El estallido y los gritos de auxilio alertaron a los vecinos, todo esto me cuesta recordar y mucho más escribirlo… me quedé junto a mi hermanita mojándole la boquita, el Dr. Dumbar la atendió, vendó todo su cuerpito, pero ella solo vivió unas seis horas. Mi mamá quedó como loca corría por todo el patio y lloraba, le dio un infarto y tuvieron que internarla, en el consultorio del médico en Lanusse, por lo que no pudo estar en el entierro. Con todo lo ocurrido también yo decaí un poco, estuve en cama un día, después me levante y me puse a ayudar a mi papá a ordeñar la vaca, lavar la ropa, atender la casa, luego de un mes mi mamá regreso, toda la gente de la colonia ayudó a mis padres en lo económico, cuando mamá se repuso plantaron una considerable cantidad de tabaco y así pudieron pagar todas las deudas, yo con todo esto no pude terminar la primaria, cumplí catorce años y quedé colaborando en la casa. El día 27 de agosto del año 1955, pasó toda esta desgracia.
Dos años más tarde un 17 de octubre, nació mi hermanito Victor, por lo que la alegría retornó al hogar. También para esa época estudié costura con la Sra. Samora, de a poco fui cosiendo bien y hacía distintas prendas para toda mi familia, también me ocupaba de mi hermanito. Mis padres pusieron una carnicería y hacían producir la chacra. En el año 1959 mi mamá me llevó a Buenos Aires, allí trabajé en una fábrica de bijouteri, de una familia polaca, luego de empleada doméstica en la casa de una familia que eran médicos pediatras en Quilmes, transcurrido un año volví a casa.
En el año 1963, fui a estudiar peluquería a Posadas, en la Escuela Taller Espíritu Santo, me hospedaba en la casa de Doña Miguelina Szwankara. Su yerno Zygmunt Kowalski pintaba cuadros y además rebobinaba motores, un amigo, Luis Przysieznik frecuentaba la casa, y fue allí donde conocí a Luis, al poco tiempo nos pusimos de novios, el 8 de septiembre de 1963 me propuso matrimonio y también si aceptaba vivir con sus padres, que eran mayores y estaban a cargo de él y yo acepté. Nos casamos el día 12 de diciembre del mismo año por Civil y en la Parroquia Espíritu Santo el día 14. Vivíamos todos bien, mi suegro me ayudaba mucho, hacía los mandados, cuidaba la huerta, las plantas, eran buenas personas.
El 6 de septiembre de 1966 nació mi hijo Luis Ladislao, la alegría de toda la familia, Don miguel y Luisito se hicieron muy compañeros, su abuelo lo llevaba de paseo a la casa de los polacos amigos y a la Asociación Polaca de Posadas, en donde le gustaba enseñarle los libros de textos en polaco de la biblioteca. Mi hijo Eugenio Miguel nació el 12 de julio de 1968, no tengo palabras para agradecer a Dios por mi familia. Transcurrido tres años le da un derrame cerebral a mi suegro, falleciendo el 6 de septiembre de 1972, justo para el cumpleaños de Luisito, quien aun no enterado del fallecimiento de su abuelo preguntaba ¿quién me va a llevar ahora a la escuela y a pasear?
En un lapso de cuatro años, como una gran tormenta volvió a azotar la desgracia en mi familia, terminan con la vida de mi hermano Luis, con dos puñaladas por la espalda en Colonia Lanusse, luego de compartir en una quermes con amigos y vecinos de la Iglesia se dirigió a un almacén a comprar cigarrillos, donde fue interceptado y sin mediar palabras fue atacado sin piedad. Al acercarse la Sra. Pilinski, propietaria del negocio, logró decir unas últimas palabras “si hice algo malo en vida o le debo algo a alguien, que me perdonen”.
La tristeza envolvió a mis padres, que en poco tiempo enfermaron, falleciendo mi papá el 19 de mayo de 1982. Otros graves acontecimientos sucedieron, en 1991 en un accidente en donde se ve involucrado un tractor, fallece mi hermano Victor y más tarde mi madre padecerá un cáncer en los huesos, falleciendo el 20 de mayo 1997.
Hasta aquí relato mi historia que a pesar de las tristezas vividas, culminé ya de grande la escuela primaria, y en el año 2001 terminé mis estudios secundarios con orientación jurídica. Con mis 69 años soy feliz con las personas y familiares que me rodean y con las que comparto mis días.
CASIMIRA KOTUR
DNI 4.468.160
CEL (3752) 206016